Los organizadores del Centro Cultural Ateneo Andaluz nos habían citado a las 5:45 a.m. del pasado 6 de diciembre junto al kiosco La Paraíta. ¡Ni para trabajar madruga una tanto!. Por delante teníamos tres días que, aprovechando el puente festivo de la festividad de la Inmaculada, ofrecían el marco perfecto para explorar tierras marroquíes.
En el lugar de la cita, aguardaban dos autobuses y los responsables de grupo, Isaac y Fran que, hoja en mano, iban distribuyendo a los viajeros en sus respectivos asientos. La organización desde el inicio del viaje, dejó buenas muestras de su buen hacer: repartieron folletos con el itinerario y visitas previstas, así como algunos consejos de viaje, entre ellos, muy sutilmente, aquello de cuidado con el hachís que viajamos en grupo y a ver si vamos a tener que acabar buscando la embajada española, o rescatando a alguno/a del cuartelillo, cualquiera sabe.
Así que aún faltando para el alba, y con unas temperaturas más que fresquitas, enfilamos rumbo a Algeciras, cuando todavía en medio de la ensoñación por el madrugón, hicimos una parada para el desayuno a la altura de Alcalá de los Gazules, en el restaurante Los Corzos, donde ponían unas tostadas del tamaño de una suela del 45, con las que ya más de uno salió definitivamente de la somnolencia.
Alcanzamos Algeciras con tiempo sobrado de realizar el embarque en el ferry que nos trasladaría a Ceuta sin apuros, de manera que el interludio permitió a los viajeros empezar a conocerse y a interactuar entre sí. Y es que como siempre pasa, en un autobús o dos, lleno de gente de Dos Hermanas, no es difícil que alguno te suene o lo conozcas por motivos varios.
El ferry rápido hacia Ceuta, con una duración de 45 minutos, ofrecía las suficientes comodidades como para dar otra cabezadita para aquéllos que no se habían animado con la suela del 45, y es que apenas eran todavía las 11 de la mañana. Cafetería a bordo, asientos cómodos y vistas hacia el Estrecho, eran las opciones de los menos remolones. Y tiempo también para completar la documentación necesaria para el paso de la aduana. Ojo a los policías, periodistas y demás profesiones un tanto peliagudas, que optamos por escribir unas mentirijillas, por recomendación de la organización, para ahorrarnos posibles problemillas.
La ciudad ceutí, ese desconocido enclave español más allá del peñón del Gibraltar, cuenta con una prolija historia de sucesivas ocupaciones por todos los pueblos que desearon esta estratégica ubicación en el Estrecho. De su historia nos dieron buena cuenta los guías locales que se sumaron al viaje, en un recorrido por los principales hitos de su trayectoria. Por aquí pasaron fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, visigodos, bizantinos, musulmanes y portugueses, y sigue siendo español este trocito de África como parte del reino de Castilla del siglo XV. La ciudad le ha tenido que ganar terrenos al mar ante la falta de suelos, dado que está encerrada entre los montes de la región, esos Septem Fratres de la denominación romana, a los debe el nombre la ciudad. Por cierto que Melilla dista más de 400 kilómetros de Ceuta, por mucho que nos parezcan cercanas en el mapa.
Arquitectónicamente no es muy interesante, pero ofrece una singular perspectiva del peñón de Gibraltar poco vista para los peninsulares. Y variopintas referencias a su vinculación militar, pasando por avenidas o parques denominados por ejemplo Marina Española, o monumentos recordando que desde este lugar Franco dirigió el levantamiento militar del 36. Unas muecas en el cemento incluso señalan el punto exacto, y sí, a tenor del tamaño de sus pinreles, Franco era un retaquito. Ya se podía haber hundido el avion que lo trasladó a Ceuta, porque vaya la que lió el enano ése.
Terminada la visita, nos trasladamos para el almuerzo a un céntrico hotel de estética moderna, donde servían un rioja aceptable, y del que dimos buena cuenta antes de adentrarnos en Marruecos, país musulmán donde el alcohol como es bien sabido no prolifera, precisamente. Eso sí, algunos fuimos previsores y antes de regresar al bus ya habíamos encontrado la manera de solucionar los cubatillas para la noche.
Ranas croando y muladíes llamando a la oración
Desde Ceuta, apenas 40 kilómetros más allá, nos adentramos dirección a Tánger, donde el contexto nos iba dando pistas de que ya nos sumergíamos en el mundo árabe: señalizaciones de carretera con la elegante caligrafía moruna, y el ambiente en general algo más decadente en cuanto a infraestructuras. El paso de la aduana supuso un trámite en el que el recorrido se interrumpió casi una hora debido a la afluencia de pasajeros. Y es que la Festividad de la Inmaculada coincidía este año en el calendario con la celebración de una de las efemérides destacadas del calendario musulmán, la fiesta del cordero, de la que también encontramos sucesivas pistas en nuestro periplo.
Llegamos al hotel Chams de Tetuán a media tarde, donde nos recibieron con té de hierbas y pastas, así como un par de músicos haciendo maniobras imposibles con la cabeza para hacer rodar los hilos de unos curiosos gorros. Un espectáculo vaya, y no sólo musical. Fotografías a granel, que se sumaron a las de otra paradita previa antes de llegar al hotel donde algunos excursionistas pudieron subirse a un dromedario, que no camello, que ésos son los de dos jorobas. Claro que al subir al autobús tras montar al animal de carga, no faltaron las alusiones al olor corporal del animal en cuestión.
El hotel, de 4 estrellas y algunos añitos de construcción, resultó agradable, porque con menos calificación puede haber sorpresas. Así que los viajeros se acomodaron en sus habitaciones, para lo cual tan sólo hubo una discrepancia, y todavía contaron con algún tiempo libre hasta la cena.
Las habitaciones contaban todas con terrazas o balcones que daban a un patio, desde el cual se podía escuchar el hilo musical de la zona: el intenso croar de las ranas que habitaban una laguna cercana, y la llamada a la oración de los muladíes de las mezquitas.
Pero claro, a los andaluces no les mola eso de irse a la cama tempranito tras la cena. Así que el hotel contaba con un espacio grande acomodado cual sala de fiestas, en las que los viajeros todavía pudieron echar unos bailes luciendo las galas de sus maletones, e incluso fotografiarse en la enorme y suntuosa habitación nupcial que tenía sus puertas abiertas a los curiosos. A medianoche, y pese a que el cansancio apremiaba y el discjockey ya había cerrado el chiringuito, todavía quedaban unos cuantos incombustibles a los que dos de los responsables del hotel –el controlador general y maître- invitaron a una ronda de té, favoreciendo que la velada todavía diera algo más de sí. Alicia no consiguió que ninguno de ellos se atreviera a bailar la danza del vientre con ella, pero Manolo amenizó la velada con su repertorio de chistes.
4 comentarios:
Se me coló una errata: el viaje comenzó el 6 de diciembre, que no el 13. ups!!!!!!
Solucionado
Esto ya es otra cosa.
Estaba seguro que una digna discipula de Cervantes iba a generar una crónica más amena y divertida.
La Montse ha triunfado.
Precioso reportaje. Enhorabuena
Publicar un comentario