El Estrecho de Gibraltar es uno de esos lugares únicos, que más cargados de historia y de significado están. El viajero experimentará la misma emoción que el pirata de la canción de Espronceda: “África a un lado, al otro Europa y allá a su frente... Tánger”
Nuestro mundo previsible, organizado y aséptico se aleja en el horizonte mientras otro de aventuras y sorpresas se aproxima.
Tánger se derrama de blancura monte abajo hasta alcanzar la fina arena lamida por las olas del mar. Recordaría a una ciudad andaluza si no fuese por la silueta del alminar de la mezquita de la Kasbah.

El puerto se halla a los pies de la medina. Por el porte de los barcos y el tráfico de camiones uno ve enseguida que se halla ante un importante nudo de comunicaciones. Existe un proyecto para hacer un “mega macro” puerto de mercancías fuera de la ciudad, conectado con la autopista costera, que podría suponer la cabecera de la dorsal africana.
Hoteles
Cuando descendemos a tierra podemos ver en la medina, en primer plano, detrás de una palmera dominante (foto abajo), el legendario
Hotel Continental, nuestro preferido en Tánger, uno de los hoteles más prestigiosos del siglo XIX, hoy restaurado sin perder el sabor de antaño. Las vistas desde su terraza no se deben de perder. En su interior hay un bazar que parece la cueva de Ali Baba.
Otro hotel legendario, más “fino” y adecuado, es el Minzah, en la parte alta de la ciudad, en su centro neurálgico. Desde su ambiente refinado aventurarse en la “miseria” de la medina es como tirarse a una piscina de agua helada.
Nada más traspasar el arco de Bab el Bahah nos perdemos en las brumas del pasado, las angostas y umbrías callejuelas de la medina parecen surgir como sombras del medioevo. La kasbah, los mercados, el zoco, están muy lejos de nosotros, no nos parecen reales, sin embargo nos resultan familiares, despiertan sensaciones dormidas que permanecían olvidadas en el desván de nuestra memoria lejana.
Pero, ¡ojo!, ni Marruecos es sólo Tánger, ni Tánger es sólo su medina. Fuera palpita la ciudad moderna, basta con deambular por las calles que suben desde el Bv. Pasteur para comprender en qué está metido el personal.
La medina se ha quedado anclada en el pasado; su ambiente puede resultar opresivo y sórdido para el pulcro turista europeo que cruza el Estrecho por primera vez. Sin embargo, otras medinas resultan más amables, sin ir más lejos la de la vecina Arcila (Asilah), toda de blanco, a orillas del mar, con sus puertas de azul, verde o marrón, resplandece con una luz de ensueño y tiene el encanto de un pueblecito de Lanzarote. También Chauen enteramente encalada de añil parece salido de un cuento de hadas, o Essaouira, con un ambientazo que no tienen las otras, pues su medina es la ciudad propiamente dicha, no el típico casco antiguo marginado tras la expansión centrífuga de la ciudad.
No se vaya a creer que en la medina todo es miseria y pobreza, nada más lejos de la realidad. Las apariencias engañan. Aquí parece darse cumplimiento al mandamiento coránico de no ofender al pobre con la ostentación de tu riqueza; tras las puertas más humildes se esconden auténticos palacios que no se pueden ver.
Lo que sí se puede visitar es la antigua legación cultural americana; su elegancia, exquisitez e intimidad interior nos darán una idea de lo que es una mansión lujosa con entrada de casa pobre.
Marruecos es de los pocos países donde todavía se sigue haciendo una artesanía artística y creativa. Será tarea del viajero separar el grano de la paja y encontrar lo verdaderamente bueno, saberlo apreciar y valorar.
Una de nuestras tiendas preferidas es la de Majid, anticuario de gran prestigio, hombre amable y culto que os sabrá aconsejar. Se encuentra en Rue des Cretiens, cerca del Zoco Chico.
Llama la atención la multitud de carteles al estilo de “Pensión Becerra”. Tánger tiene un pasado reciente español, de cuando el protectorado. Multitud de gente sigue hablando nuestro idioma sobre todo “los antiguos”, incluso hay una sociedad de escritores en lengua castellana que se reúnen con frecuencia.
Para los románticos, la sola imagen decadente del Gran Teatro Cervantes ya merecería la pena el viaje. Su extraordinaria fachada art deco con azulejos amarillos y azules, abandonada a su suerte, nos mira con sus ojos tristes y nos habla de un pasado brillante hoy arruinado.

Después de la 1 Guerra hasta bien entrados los 50 Tánger gozó de un estatuto internacional igual que Estambul, Hong Kong o Jerusalén. Durante esos años fue el ombligo del mundo, su clima excepcional unido a una libertad sin límites y su situación estratégica lo convirtió en meca de pintores, poetas y escritores; millonarios y bohemios; comerciantes y traficantes; agentes secretos y espías. Las fiestas fastuosas de los millonarios hacían palidecer los cuentos de las mil yuna Noches. La famosa y acaudalada Barbara Hutton, afirmaba: “si existe un paraíso en la tierra, este paraíso esta aquí”. Esa extravagante mujer hizo ensanchar varias calles de la medina para que pudiera pasar su RolIs Royce.
Aún hoy Tánger es famosa por su vida nocturna.
Comida
La comida marroquí es buena y sabrosa. Los productos del campo, el pescado y la carne son muy frescos y variados, cocinados con delicadas especias.
En el restaurante del hotel que aconsejamos al desembarcar, el Continental, frente al puerto de pesca, se come estupendamente por un precio razonable y en un entorno morisco, como mandan los cánones.
El minúsculo restaurante Andalus, barato, sencillo, limpio y con una cocina estupenda está al principio de la rue du Comerce, muy cerquita del Zoco Chico, aunque no tiene glamour turístico es como una perversión comer en él.
El “Saveur de Poisson”, cerca del Minzah, bajando las escaleras que conducen al puerto. El precio es fijo se coma lo que se coma, el ambiente de lo más atípico, el dueño es como un alquimista de la cocina, comida fresca, bien cocinada y abundante. No lo olvidareis.
Para tomar café con dulces, “Cafetería Pastelería la Española”, junto al Café Paris, ambiente selecto. En el bulevar Pasteur está Le Petit Prince, una pastelería que también tienen pasteles salados deliciosos, ideales para tomar en el velador de una cafetería o en el barco.
No dejar de ir al mercado, las aceitunas negras están para una ruina.
Tánger no es sólo un viaje al pasado, sigue siendo la puerta de Africa, o la de Europa, según se mire, y ejerce el magnetismo propio de lo que separa dos mundos tan diferentes. Es como la puerta del cielo, tanto para los de un lado como para los del otro. La Tierra Prometida siempre se halla más allá, al otro lado de las montañas, del desierto, del mar. Desde cada una de las dos orillas se mira al horizonte y se idealiza lo que la distancia oculta. Aquí, más que en ningún otro sitio, se cruzan sin encontrarse los anhelos de unos y los sueños de otros.
Desde la alta atalaya del Café Hafa es desde donde mejor se divisan nuestras costas. Situado entre pinos y peñascos, en terrazas que descienden sobre el Océano. A la caída de la tarde decenas de jóvenes se reúnen a tomar el té, unos charlan, otros juegan al dominó o al parchís, alguno rasguea una guitarra, los hay que están simplemente en silencio, saboreando un vaso humeante de té a la menta, mientras que dejan que su mirada se pierda en el horizonte de montañas grises del otro lado del Estrecho. De sus costas, tan lejanas y próximas, parecen llegar voces que cantan las maravillas de la tierra donde mana leche y miel, donde los sueños se hacen realidad y el horizonte no tiene limites.
Desde mi orilla, cuando me asomo a las costas marroquíes, también escucho los cantos de una tierra donde el tiempo transcurre al lento ritmo de las estaciones, de la luna y el sol, al ritmo de los latidos del corazón. Donde el reloj no es ese taxímetro implacable del time is money. Un lugar donde la gente te mire a los ojos y se ríe y canta como antiguamente se reía y se cantaba en Andalucía.