Para La Semana. María José Lucena Fernández
Recientemente se ha instalado un circo con animales en nuestra ciudad. En algunas ciudades está prohibida la entrada a los circos que usen animales en sus espectáculos, pero lamentablemente todavía no en la nuestra.
Recientemente se ha instalado un circo con animales en nuestra ciudad. En algunas ciudades está prohibida la entrada a los circos que usen animales en sus espectáculos, pero lamentablemente todavía no en la nuestra.
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Probablemente muchos de los padres que llevan a sus hijos a contemplar este tipo de espectáculos nada educativos, ni siquiera se preguntan si los animales obligados a vivir en cautiverio de por vida en los circos han sido separados de sus familias y de sus hábitats naturales con apenas unos meses de vida, si es cierto que se les golpea y castiga cruelmente para lograr que se sostengan sobre dos patas, dancen al son de la música o salten a través de un aro en llamas; pero la alegría y la emoción reflejadas en las caras de sus hijos les habrán servido para continuar en su indiferencia ante el sufrimiento de esos animales de existencia miserable.
Los espectáculos con animales distorsionan gravemente nuestra comprensión de lo que en realidad son, haciendo payasadas y números ridículos que los degradan para satisfacer nuestra supuesta superioridad como dueños y señores de todo bicho viviente. Preferimos olvidar que esos bufones suelen ser muy superiores a la especie humana en muchos aspectos, e imponemos las reglas para que nuestra posición no se vea comprometida, así inventamos números en los que si un animal sobresale en algo, esa cualidad quede reducida, de modo que un fuerte elefante acabe pareciendo un gordo estúpido inclinándose ante su domador, o un fiero león un cobarde al saltar por el aro en cuanto el domador hace sonar su látigo.
Me pregunto hasta cuándo seguiremos aprobando estas burdas demostraciones de nuestra superioridad sobre el resto de los animales. Ellos no han nacido para ser nuestros esclavos ni para divertirnos: son nuestros iguales, compañeros de viaje en este planeta del que todos formamos parte, y así es como deberíamos considerarlos siempre. ¿Hasta cuándo seguirá la ciudad de Dos Hermanas aplaudiendo este triste y degradante espectáculo?
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