Los políticos de uno y otro signo que, en estos días, se afanan en pasar por taurinos y españoles, se equivocan. Y lo hacen porque no tienen la menor idea de como cunde la epidemia antitaurina por todo el territorio nacional. Antes de la prohibición en Cataluña, ya había un considerable número de detractores de la fiesta, pero ahora, con el ejemplo catalán, un aire fresco general llega a los más recónditos lugares.
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Quien ha pretendido hacer pasar la prohibición como una maniobra de antiespañolismo, orquestada por los nacionalistas, queda inevitablemente descubierto. Muy al contrario, está siendo utilizada por un nacionalismo español, cutre y putrefacto, que pretende identificar españolidad con tradiciones rancias e inasumibles por una democracia europea. En Andalucía, por ejemplo, hay tanta o más proporción de antitaurinos que en Cataluña. Si las encuestas de periódicos más derechistas y conservadores -generalmente manipuladas- mostraban un equilibrio entre partidarios y detractores de la fiesta, la cosa hace pensar ya en una realidad donde hay más gente partidaria de la supresión definitiva de las corridas que defensores de las mismas.
La escasez de público que acude a los cosos avala esta tesis, y la crisis profunda del sector -acorralado ética y económicamente- también.La fiesta moderna, que tiene poco más de doscientos años, ha estado siempre en entredicho, desde sus orígenes como evento lúdico; la Ilustración española la atacó duramente -con Jovellanos y Goya a la cabeza de los antitaurinos- y la prohibió en dos ocasiones, durante los reinados de Carlos III y Carlos IV.
En este contexto, el toreo como fiesta popular había surgido como un reconocimiento de la habilidad que demostraban los matarifes de los mataderos; así se pasó de matar al toro para alimentarse de él a hacerlo sólo por diversión. El origen primero de los toros, no obstante, se enmarca en una Europa medieval donde la práctica de la crueldad -con personas y animales por igual- era la tónica dominante.
En España, el toreo surgió hace unos quinientos años entre los poderosos, cuando los nobles y reyes lanceaban y mataban toros a caballo por entretenimiento o celebración. La Ilustración, que fracasó en España, borró del mapa europeo la mayoría de prácticas y ensañamientos crueles.
La prohibición de ahora encara un horizonte esperanzador, no sólo para la erradicación de las diversas tauromaquias; supone la implantación de una conciencia y debate éticos ansiados por muchos desde hace tiempo. Una ética que ha de acabar con todas las torturas y maltrato de animales, vengan de tradiciones, granjas, cebaderos o mataderos, que ha de procurar una muerte digna del animal cuando nos sirve de alimento y que ha de erradicar también la caza, deporte indigno y extraño al hombre civilizado.
La prohibición de ahora encara un horizonte esperanzador, no sólo para la erradicación de las diversas tauromaquias; supone la implantación de una conciencia y debate éticos ansiados por muchos desde hace tiempo. Una ética que ha de acabar con todas las torturas y maltrato de animales, vengan de tradiciones, granjas, cebaderos o mataderos, que ha de procurar una muerte digna del animal cuando nos sirve de alimento y que ha de erradicar también la caza, deporte indigno y extraño al hombre civilizado.
articulo publicado en Asanda
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