La histeria es una neurosis angustiosa que provoca convulsiones y parálisis temporales. Afecta por igual a hombres y mujeres. Lo aclaro por lo peyorativo de su etimología: histeria deriva de la palabra “útero” en griego, como si se tratara de un trastorno exclusivamente femenino. Hipócrates llegó a explicar que estos ataques epilépticos en las mujeres se debían al nomadismo del clítoris por el interior de sus cuerpos, causándoles la pérdida del juicio si sube al cerebro y de la bondad si se instala en el corazón. Lo peor de esta absurda y machista teoría es que los médicos la tomaron por cierta hasta hace bien poco. En los anales clínicos del XIX se cuenta cómo el uso de “consoladores” logró apagar una epidemia de histeria que encendía el útero de las francesas “frustradas”.
Andalucía tiene nombre de mujer. Por eso mis amigos Tomás Gutier y Paco Gamboa la llaman Matria. Con razón. Yo creo que también es histérica (en el sentido hipocrático del término). Y que ha sufrido numerosos ataques a lo largo de su vida, la mayoría inducidos, con demasiadas parálisis y escasas convulsiones. Para curar este trastorno endémico, el primer estatuto de autonomía estableció una prudente y justa medicina recetada por Clavero: Andalucía recibirá un tanto de más mientras sigamos siendo un tanto de menos. Una partida compensatoria y extraordinaria que dejaríamos de percibir cuando alcanzáramos la media española en la prestación de los servicios esenciales: salud, trabajo, vivienda y educación. La verdad es que no la cobramos el primer año. Ni el segundo. Ni el tercero. Ni el cuarto… Y pasadas las primeras décadas en blanco, surgió una duda: ¿cuánto habíamos dejado de percibir los andaluces por este concepto? A esta duda la bautizaron algunos políticos como “deuda histórica”. Lo hicieron con buena intención pero con torpeza. Y los padrinos del PSOE aceptaron el nombre con perfidia. Porque sabían que la deuda era sólo una parte de la duda. Y que la historia terminaría sanando la histeria.
Y así ha sido. La “duda histérica” era aquella cantidad incierta e indefinida que Andalucía tendría que recibir para curarse de su parálisis estructural mientras sus indicadores sociales, económicos, laborales y educativos sigan estando a la cola de España y Europa. Era un derecho fundamental e irrenunciable del pueblo andaluz aprobado en referéndum. Pero a fuerza de repetir una mentira se termina creyendo verdad, y los andaluces nos hemos tragado que deuda histórica equivale a la cuenta abierta en una tienda que se paga y en paz. Esa fórmula mentirosa terminó instalada en el nuevo estatuto que apoyaron PSOE, PP e IU. Por eso los tres sólo discuten la cuantía, no el concepto. Sean mil o siete mil millones, el abono de esa “deuda histórica” actuará como aquellos vibradores que apagaban momentáneamente el fuego de las francesas desconsoladas. Pero no garantizará que Andalucía salga de las últimas posiciones en renta, productividad, dependencia energética o desempleo (uno de cada cuatro parados es andaluz). Nuestra eterna “duda histérica”.
Antonio Manuel Rodriguez es socio de Honor del Ateneo Andaluz
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